La respuesta en tiempos de pandemia
- Sarita Esses

- 9 abr 2020
- 3 Min. de lectura
“Por qué esta noche es diferente a todas las demás?”, nos
preguntamos cada año, de generación en generación, la noche en que empieza
Pesaj.

Esta es nuestra fiesta de Pascua, donde los judíos de todo el mundo
recordamos y celebramos la salida de la esclavitud en Egipto, hace miles de
años, como si uno mismo lo hubiera vivido.
Esta noche siempre es diferente porque en vez de pan, comemos matzá,
un pan no leudado por la forma apresurada en que salimos hacia la libertad, y
sumergimos hierbas amargas en agua con sal, para recordar las lágrimas y la aflicción
de nuestros antepasados oprimidos.
Pero este año, 2020, fue particularmente distinto. En medio de una
pandemia, por primera vez en mi vida pasé la fiesta sin mis padres o hermanos.
Ni siquiera estando en el mismo edificio, nos aventuramos a reunirnos. No se
escuchaba el barullo de los primos ni las voces de los abuelos en torno a la
mesa. Estábamos solos mis hijos y yo.
A pesar de todo, me esmeré en mi arreglo y estrené un vestido que
tenía guardado. Pero mis hijos me discutieron cuando les pedí que usaran ropa
de fiesta. “¡Estamos en cuarentena!”, dijo uno; “¿Quién nos va a ver?”, dijo
otro. Les contesté que esa es la manera de honrar la fecha. Así que había uno
en shorts, pero en vez de chancletas, con zapatillas. Otro con el
pantalón de su pijama, ah, pero con una camisa manga larga de botones (parecía que
estaba listo para hacer una llamada en Zoom con D-s). El mayor no se quiso
poner camisa, pero hizo énfasis en que el t-shirt que tenía puesto no
era uno cualquiera. “Es mi favorito”, recalcó, como si eso lo hiciera más
elegante. Torcí los ojos. Estoy evitando las polémicas en tiempos de cuarentena.
Sobre la mesa, puse unas pocas flores que conseguí del súper
gracias al mensajero de Asap, una imagen muy distante a los frondosos arreglos
que suelen engalanar mi mesa cuando es noche de fiesta. En vez de un cabello
que indica que estuve por el salón de belleza, lucí una galluza que en la
desesperación del aburrimiento yo misma me corté un día atrás. Por su lado, mis
hijos también sucumbieron a la tendencia do-it-yourself y se veían
guapos, aunque extraños, con su corte casero, rapados estilo
pelotón.
Escuchando a mi hijo mayor recitar las plegarias del seder,
no se me escapó la ironía de celebrar la libertad, estando presos en nuestras
propias casas. Creo que la cuarentena nos ha traído múltiples lecciones, pero
anoche me puse a analizar esta.
Usualmente pensamos que es libre quien tiene la facultad de hacer
lo que quiere, cuándo y dónde quiere. Pero hoy más que nunca, aprecio la verdadera
dimensión de esta palabra. Para mí tiene más que ver con lo que logras
abstenerte de hacer, que con lo que ultimadamente haces.
Así pues, pienso que eres libre cuando decides ver la vida con
optimismo y no sucumbir a la desesperanza. Eres libre cuando la vida te da
limones, y regalas limonada. Cuando te sobrepones a tu instinto, y te quedas recluido
en casa, en vez de violar una cuarentena. Cuando antepones el bien común, a tu
capricho personal. Al apreciar la belleza de una mesa un tanto vacía de gente,
pero rica en las tradiciones que recibiste de tus padres, y ahora compartes con
tus hijos.




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