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La Bicicleta

  • Foto del escritor: Sarita Esses
    Sarita Esses
  • 2 abr 2014
  • 1 Min. de lectura

Un día, mi chiquito de 3 años, vino a quejarse donde mí.

Me dijo que sus hermanos mayores lo estaban molestando (para variar), y que le estaban diciendo que yo quería que él hubiera sido una niña.


Lo abracé y le dije que le iba a contar algo y comencé mi relato así: “Una vez, hace mucho, mucho tiempo, papi y mami se casaron y vivían solitos en esta casa”. “¿Y qué pasó después?”, me preguntó. Le dije que tuvimos nuestro primer hijo, después el segundo, y luego los mellos, y que la casa estaba llena con sus hermanos, todos varones. “¿Y qué pasó después?”, me preguntó de nuevo. Le dije que mami quería mucho tener una hija, y todos los días le rezaba a Dios pidiéndole una niña. “¿Y qué pasó después?”, volvió a insistir. Le contesté  que todos los días mami pedía: “¡Dios, Dios, mándame una niña!”, pero no pasaba nada.


Hasta que un día, Dios me contestó: “No te voy a mandar una niña. ¡Te voy a mandar algo mucho, mucho, muchísimo mejor!”, refiriéndome, por supuesto, a él, que es la luz y chispa de la casa; el hijo que con solo una mirada me da 3 vueltas y me mete en su bolsillo.


Pero mi chiquito peló bien grande sus hermosos ojotes azules, y con su voz tierna y crédula me preguntó: “¿Y qué te mandó? ¿Una bicicleta?”.


Juro que momentos como esos hacen la vida infinitamente más dulce y especial.

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